Sobre los aprobados raspados y la incomodidad del sacrificio
3 de enero de 2022

No suelo ser demasiado exigente conmigo misma para la mayoría de cosas. No me considero perfeccionista, y nunca he tenido problemas para celebrar los aprobados raspados.

Creo que de pequeña aprendí, de modo inconsciente, que no merecía la pena esforzarme por nada. Porque sabía que iba a conseguir lo que quisiera de todos modos.

Creo que viví por ese motto hasta que llegué a la universidad y entendí que nada era tan sencillo como parecía, y que el mundo no estaba a mis pies.

Ya nadie me felicitaría por mi asombrosa facilidad para obtener buenos resultados sin mover un dedo, porque a partir de entonces sólo obtuve resultados mediocres. También malos y pésimos.

Desde entonces, llevo varios años intentando darle un valor al trabajo y al empeño, aunque muy a menudo me escudo en la idea de un mundo injusto para justificar mi incapacidad para el sacrificio.

Todavía me cuesta. Todavía encuentro mucha incomodidad en el esfuerzo. Prefiero dedicarme a aquellas cosas que no me suponen ninguno.

Qué hay de malo en eso.

Siempre me pareció que el esfuerzo era una gran apuesta con la que podría perderlo todo. Si me esforzaba para no conseguir nada, ¿a qué clase de dolor me expondría? ¿de dónde sacaría la fuerza para esforzarme de nuevo? ¿cómo gestionaría el fracaso?

Ahora que he crecido y he me visto cara a cara con mis peores miedos, todavía estoy en proceso de comprender. La verdad, aún no entiendo casi nada.

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"Las historias no son verdades, pero son realidades. Las historias son útiles. La gente que no tiene historias no vive bien en el mundo. Y las historias son como el agua: cambian su forma, pero siempre encuentran la manera de fluir hacia adelante. Cuando las compartimos, también aprendemos a ser humanos unos con otros."

- Ursula K. Le Guin

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