Por si todavía no la has visto, Gambito de Dama es una miniserie de Netflix que narra la vida de Beth Harmon, una joven huérfana con un talento descomunal para el ajedrez, pero también con una lucha interna constante contra sus propios demonios y adicciones. La serie nos sumerge en un viaje de ascenso en el competitivo mundo del ajedrez, al tiempo que Beth enfrenta sus traumas más profundos.
Al terminar de verla hace sólo un par de días, tuve claro que lo primero que haría sería comentarla con el único ajedrecista al que conozco: mi padre.
Una de las primeras preguntas que le hice fue sobre el «gambito de dama», a lo que él me respondió explicándome que se trata de una apertura en la que se sacrifica el peón de dama con la intención de ganar espacio y velocidad en el tablero. No es una trampa, me aclaró, ya que las trampas en ajedrez reciben el nombre de «celadas». El gambito de dama, en cambio, es una especie de intercambio tácito, una propuesta que el contrincante puede aceptar o rechazar.
el movimiento del rey
La conversación derivó hacia la serie y mi padre me preguntó si estaba basada en la vida de Judit Polgár. Yo no conocía a esta ajedrecista, pero él me explicó que fue una de las primeras mujeres en competir en torneos masculinos y que, con solo quince años, consiguió el título de Gran Maestro Internacional, superando el récord de Bobby Fischer.
Éste también salió a colación durante nuestra charla, ya que para mi padre es uno de los mejores jugadores de ajedrez junto con Capablanca. Me recordó que todavía tiene un libro suyo en su estantería y me contó cómo este genio del ajedrez terminó siendo un sintecho San Francisco hasta que fue llamado de nuevo para participar en un torneo contra Rusia en el tablero.
Me contó una anécdota sobre cómo, en mitad de una partida contra uno de los mejores jugadores rusos, Fischer movió el Rey una casilla a la derecha. Una jugada que aparentemente no tenía sentido, y por la que los analistas creyeron que se había quedado sin ideas. Pero veinte movimientos después, se observó que esa jugada había sido clave para su victoria. Que nada de lo que hizo para ganar se podría haber hecho con el Rey una casilla a la izquierda.
Entonces le pregunté a mi padre la pregunta más obvia: ¿por qué dejaste de jugar al ajedrez?
Obsesión, genio y locura
Mi padre me explicó que dejó el ajedrez porque le parecía extremadamente cruel. Parece ser que hay algo profundamente frustrante en no ver una jugada que estaba frente a ti, lo que puede llevar a una obsesión malsana y a una adicción autodestructiva.
El ajedrez, me dijo, tiene un punto de humillación cuando pierdes y debes aceptar o incluso «facilitar» la victoria del otro, algo que no sucede en otros deportes. Perder una partida de ajedrez puede hacerte sentir intelectualmente inferior, y ese peso emocional es difícil de llevar.
Beth Harmon volvió a mi mente. Su adicción ya no sólo era al alcohol y a las drogas, sino también al propio ajedrez.
Fue entonces cuando le dije que, en realidad, no es que el ajedrez sea cruel en sí mismo, sino que tiene la capacidad de enfrentar a cada persona a las peores trampas de su ego. A sus inseguridades, a su vanidad, etc.
—Claro que es ego, sí—me respondió—. Pero en competición no hay más que eso, tienes que tener una especie de instinto asesino, o no ganarás. ¿Es igual ganar que perder? Pues para eso no te presentas.
Más adelante me habló de Mijaíl Tal, a quien consideraba un genio igual o mejor que Fischer. Tal que le había derrotado en varias ocasiones.
Gambito de Dama: la competición contra uno mismo
Al final de la conversación, no pude evitar pensar en lo que el ajedrez realmente representa para quienes se sumergen en él, ya sea en una novela, en la vida real, o en la pantalla. Parece que este juego tiene una capacidad especial para sacar a relucir la fragilidad humana. Mi padre dejó el ajedrez porque le parecía cruel, y a Beth Harmon la serie la mostraba luchando no solo contra sus oponentes, sino contra su propia mente. Parece que éstos no son dos casos aislados en torno al tablero. El ajedrez es como un espejo que distorsiona la realidad.
Beth Harmon aseguraba que se sentía más tranquila en ese pequeño mundo de sesenta y cuatro casillas, porque le ofrecían control, pero durante gran parte de la serie, también son el origen de su sufrimiento.
Me imagino que por eso al ajedrez se le llama «deporte» antes que «juego». Porque quien se toma el ajedrez como un juego, jamás será un buen ajedrecista. Jamás será la próxima Beth Harmon.