Emily in Paris o por qué la gente responde “uuuuh” cuando les digo que trabajo en marketing.
15 de abril de 2025
emily in paris marketing

Recuerdo que, cuando entramos a la carrera, un profesor nos dijo: “aquí todos soñáis con trabajar en el departamento de marketing de Google, pero lo cierto es que váis a terminar siendo contables”. 

Y quizá tenía razón. No en lo de que todos terminaríamos siendo contables, porque por supuesto también están los Recursos Humanos y la Asesoría Fiscal (ugh), pero sí en lo de que todos soñábamos con dedicarnos al Marketing en una agencia súper moderna y súper chula, de esas en las que hay un futbolín, te dan el día libre por tu cumpleaños, y se describen como “jóvenes y dinámicas” en su sitio web. 

Uuuuh.

Emily in Paris es el relato fantasioso perfecto para todo aquel que alguna vez tuvo ese sueño. Ese en el que su trabajo consistía en tener buenas ideas, organizar eventos, crear campañas creativas para redes sociales, y disfrutar de que sus clientes dijeran que sí a todo. Ni un mísero informe, ni un mísero presupuesto rechazado, ni un mísero “dale una vuelta”. 

Emily vive in Paris, cena en restaurantes de lujo, tiene el armario lleno de alta costura, y se codea con los personajes públicos más importantes de la ciudad del amour. También le sobra tiempo para hacer amigos, ligar con los hombres más guapos que he visto en mi vida, y tomar decisiones de marketing cruciales on the spot mientras se bebe un cóctel, un café, o alguna otra bebida pretenciosamente sofisticada cuyo precio en terraza nos ocultan sabiamente. 

Bueno. Lo que me fascina de todo esto es que yo tengo técnicamente el mismo trabajo que Emily (ya sabemos que la verdad técnica es el mejor tipo de verdad). O sea, que en cierto modo, tendría derecho a volver a la facultad para ponerle un punto en la boca a aquel profesor a grito de: “¡Toma! ¡Trabajo en una agencia! ¡No soy contable y nunca lo seré! ¿Qué decías?” Pero la verdad es que estoy muy lejos de ese pedazo de sueño americano a base de glamour y artes mágicas. 

Me llevo la comida a la oficina en un tupper, te quiero decir.

Uuuuuh.

Las sombras del trabajo en una agencia de marketing y comunicación son diversas. Primero, porque no todos los días se te ocurre una campaña brillante. Segundo, porque cuando se te ocurre, los clientes no necesariamente tienen presupuesto para pagarla o el gusto suficiente como para apreciarla (aquí reconozco que me he sobrado ¿eh? perdóname). Y tercero, porque efectivamente no te codeas con gente importante y refinada, sino con gente normal, en el mejor de los casos. Tampoco es que eso tenga nada de malo, pero ya me entiendes.

Y en el peor de los casos, con lo que a mí me gusta llamar “señoriños” (hombres mayores que tienen una empresa con un nombre similar a “Copinsa” y que arrugan la cara cuando pronuncias la palabra “branding” en una reunión). Por supuesto, no siempre te tocan bodegas de vino y marcas de ropa. A veces trabajas con talleres de aluminio, cerrajerías, o desatranques (como le ocurrió a aquel famoso CM en Jaén). Me imagino que las cosas son diferentes à Paris.

Como mente creativa del marketing y la publicidad que soy, tengo que reconocer que muchas de las ideas que Emily tiene durante la serie son bastante originales y divertidas. Pero siendo sincera, creo que algunas de ellas no funcionarían en la realidad. 

Por ejemplo, la campaña que se le ocurre para Champère no consiste en mucho más que en vender un champán que sabe a mierda como si fuera algo súper guay. La idea es que no lo compras para beberlo, sino para rociarlo en tus celebraciones, así que no importa que esté malo.

Esto es divertido, pero en la realidad podría encontrar a la empresa con numerosas polémicas e incoherencias para con su identidad corporativa. Ya sea porque el activismo ecologista lo consideraría un desperdicio absurdo (estás comprando una bebida solamente para tirarla al suelo), o porque sería una caricatura más de lo que el marketing representa para muchas personas (te ha salido un champán de mierda, y lo reconoces, pero me lo quieres vender igualmente). 

Esto le hace flaco favor a nuestra profesión, pero además, la bodega podría verse asociada a una imagen “vulgar” u “ordinaria”, y esto no les debería interesar a la hora de vender el resto de sus productos (que se supone que están orientados a un público de clase alta, con alto poder adquisitivo, etc. – personas que, pienso, raramente comprarían un champán de mala calidad, y menos para tirarlo al suelo) 

Si yo fuera la asesora de marketing o la responsable de publicidad de De Lalisse, no recomendaría el lanzamiento sin reservas de esta campaña. Habría que tomarla con mucho cuidado, o la bodega podría perder a sus adeptos. Los ricos también performan. No sólo quieren un buen champán, sino también un champán que diga algo bueno de ellos. Probablemente (no lo sé, no tengo dinero) 

Otro ejemplo: durante un evento organizado por la agencia Grateau, Emily y sus compañeros buscan promover y dinamizar una marca de joyas de lujo. Pero resulta que descubren que la joya que actuaba como reclamo principal (un valioso collar) ha sido robada, y se ven obligados a improvisar una estrategia de marketing para salvar la situación. Les dicen a los invitados que la joya está escondida en algún lugar de París, y que tienen que encontrarla (pero como no es verdad que la vayan a encontrar, les dan pistas falsas hasta que se cansan). Montan una especie de juego interactivo falso que involucra el online y el offline. 

Pero ¿de verdad alguna marca de joyas de lujo aceptaría esto? Pues llámame ilusa, pero creo que ningún cliente de ese calibre se arriesgaría a la crisis de reputación que podría seguirse de esta supuesta “acción de marketing” (que en realidad no es más que una idea de bombero), y más después de que una joya tan valiosa haya desaparecido. La situación debería atajarse de manera mucho más seria.

Aunque es cierto que a veces no hay tiempo para pensar, y es necesario improvisar, una agencia que gestiona la imagen y la reputación de marcas de lujo tan importantes tiene que tener protocolos para actuar rápidamente en este tipo de casos. Tienen que estar preparados para responder adecuadamente, solventar crisis, y hacerlo con transparencia y elegancia. Ahí es donde se encuentra el verdadero lujo, y no en el arte para el disimulo.

Pero bueno, resumiendo: trabajar en marketing no es como trabajar como Emily. Ni siquiera en agencias de lujo en París. Las cosas, sencillamente, no son como en la fantasía. Pero por algún motivo la gente cree que sí, y por eso responden “uuuuuh” cuando les dices que trabajas en una agencia. Tal vez porque te imaginan en ese tipo de escenas.

Si en París no es así, en Vigo ya ni te cuento. Desayuno el café frío frente al portátil, tengo que solicitar logotipos en formato .png hasta en cinco ocasiones por cliente, y a menudo me encuentro a mi misma explicando que una publicación en redes sociales no le procurará a nadie un boom en ventas directo, incluso aunque se haga viral. Desde luego que no tomo decisiones cruciales con un cóctel en la mano, y tampoco suelo improvisar. Más bien ando curando un informe, teniendo una llamada súper frustrante con el soporte de Meta, o acometiendo el deadline para una subvención entre malabares.

Pero de vez en cuando, entre una cosa y otra, hay espacio para las buenas ideas. Esas que me hacen sentir un poquito como Emily (creativa, inspiradora, chisporroteante, pixie). Y esos son los momentos de magia por los que me gusta mi trabajo: una campaña creativa que sale bien, un cliente que confía en mi criterio de millennial socializada a la luz de la cuestionable cultura hipster, una comunicación arriesgada que funciona… y eso me hace sentir bastante “uuuuuh”.

Chulísima. 

No me importa si no me presentan en una fiesta en el Museo d’Orsay. 

Estoy bien.

Mi trabajo no da para una serie de Netflix, pero no pasa nada. Eso significa que trabajo de verdad, que conozco a personas auténticas, y que mis ideas tienen el potencial de ser realmente útiles (más allá de las ensoñaciones de bombero). 

Y ese es el verdadero romance. 

Supongo. 

Es que no estoy segura de nada, en realidad.

Bisous, mes amis! À la prochaine!

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"Las historias no son verdades, pero son realidades. Las historias son útiles. La gente que no tiene historias no vive bien en el mundo. Y las historias son como el agua: cambian su forma, pero siempre encuentran la manera de fluir hacia adelante. Cuando las compartimos, también aprendemos a ser humanos unos con otros."

- Ursula K. Le Guin

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@sarabuin_

Soy fan de Taylor Swift, escribo un blog, y tengo un podcast (todas las pistas apuntan a lo mismo: soy millennial)

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