El escepticismo no nos aleja de Dios | Mi problema con la Ley de la Atracción.
25 de mayo de 2025
Escepticismo Dios

En términos generales, y aunque probablemente la idea es mucho más compleja de lo que seré capaz de hacer llegar, la Ley de la Atracción es una creencia que viene a sugerir que nuestros pensamientos y nuestras “energías” influyen en la realidad que vivimos (y que por lo tanto, podemos moldear nuestra realidad a nuestro antojo —podemos “atraer” una realidad deseada— si hacemos cambios en nosotros mismos hacia la “alta vibración”, el desapego, la confianza, etc). Del mismo modo, también podemos ser nosotros mismos los que atraemos situaciones indeseadas con nuestros pensamientos limitantes, nuestras energías negativas, nuestra falta de confianza, etc.

Hasta ahí, la Ley de la Atracción no me parece realmente un convencimiento tan “mágico”. Incluso una persona completamente escéptica con respecto a este tipo de creencias podría estar de acuerdo en que nuestra actitud frente a la vida y nuestros pensamientos (positivos o negativos) afectan a la forma en que nos relacionamos con el mundo, a la luz bajo la que lo percibimos, etc.

Por ejemplo: dependiendo de la actitud con la que yo entre a una fiesta, y de cómo de alegre y disponible esté a la hora de relacionarme con los demás, viviré experiencias completamente diferentes. Una actitud positiva y una buena predisposición pueden procurarme mejores conversaciones y conexiones, y en definitiva, hacerme “atraer” (por utilizar los tecnicismos de la creencia que nos ocupa) un serie de situaciones que no habrían tenido lugar si yo hubiera entrado a esa misma fiesta con una actitud y una presencia cerradas, distantes, desconfiadas, negativas, etc.

Como persona que sufre de timidez patológica, puedo asegurar (y no me hace falta la ratificación de ningún chamán vestido de lino con sospechoso parecido a Jesucristo) que “atraigo realidades” mucho más deseables para mí después de haberme bebido dos copas de vino —cuando estoy más desinhibida, divertida, y abierta. Tal vez es porque el alcohol tiene un efecto de “alta vibración cósmica de energías” en mí… pero no debería, ¿no? porque, ¿qué clase de Universo Creador (o qué clase de Dios) querría destrozarme el hígado?

Bueno. La Ley de la Atracción, como su propio nombre indica, es una Ley. Lo que se sugiere es que, mientras se den ciertas premisas, la Ley siempre se cumplirá. Si no se cumple, es porque fallaron las premisas. Es decir, porque yo quizá tuve un pensamiento limitante de forma inconsciente, quizá es que un sentimiento de inseguridad rozó mi corazón, quizá es que me obsesioné demasiado con atraer alguna cosa, quizá es que me mostré escéptica o me desanimé, o quizá es que no vibré en una frecuencia lo suficientemente alta.

Y sin comerlo ni beberlo, ya estamos bajando por un tobogán en forma de espiral.

En particular, lo que creo más confuso de La Ley de la Atracción es el papel del “deseo” y si está realmente diferenciado de la “necesidad”. Por ejemplo:

  • Si yo voy persiguiendo el dinero, nunca lo atraeré. Porque si lo persigo estoy en una energía de carencia y necesidad. Tengo que dejar que el dinero venga a mí, sin obsesionarme.
  • Si yo rechazo el dinero, o creo que no me lo merezco, tampoco lo atraeré. Porque mis pensamientos limitantes me estarán alejando del mismo y no estaré vibrando en su misma frecuencia.
  • La única forma en que puedo atraer el dinero es siendo indiferente con respecto al dinero, pero entonces ¿para qué lo quiero? ¿Por qué es relevante atraer este dinero en primer lugar?

De alguna manera, sólo el que no desea nada es el que lo obtiene todo. Pero entonces todos los rituales que veo en redes sociales son un absurdo: porque entonces no es cierto que haya que visualizar, ni manifestar, ni agradecer lo que no se tiene como si ya se tuviera, etc. Estos no serían más que delirios (fingir que uno está agradecido por algo que no tiene y llegar a creerlo es lo que podemos dar en llamar “locura”).

Si yo deseo utilizar la Ley de la Atracción a mi favor es porque pienso que me puede ayudar a conseguir algo que no tengo. Yo sé que carezco de estas cosas y que me gustaría tenerlas (y si no, no me habría asomado ante los cantos de sirena de la Atracción). No tiene sentido que la Ley de la Atracción se me presente como una “herramienta para conseguir lo que quiero” cuando en realidad solamente lo conseguiré si dejo de querer conseguirlo, y entonces será indiferente si lo consigo o no.

Por otro lado, tampoco está claro si la Ley de la Atracción secunda la existencia del destino. A veces oigo a los gurús diciendo que hay “tiempos divinos” o “almas destinadas”, y al minuto siguiente que “cada uno atrae su realidad” y “escribe su historia”. ¿En qué quedamos? ¿Atraigo mi realidad según quiero, o es mi realidad predestinada? Si ya estaba escrita por destino, entonces no la puedo cambiar. Y si no la puedo cambiar, entonces la Ley de la Atracción no es cierta.

Dos personas que se enamoran la una de la otra se han atraído mutuamente, con lo cual no es verdad que yo pueda atraer a alguien concreto, sea quien sea. Solamente puedo atraer a alguien que también me haya atraído a mí a su vez, lo cual vuelve a funcionar como si la Ley de la Atracción no existiera o fuera trivial.

¿Será que la Ley de la Atracción no es cierta? (Sólo es una pregunta, pero está pregunta será, según la propia Ley, la raíz y el origen de todos mis problemas)

Y esto es un sinsentido, ¿no?

Me gusta pensar que si existe un Dios, un Universo Creador, un Plan Divino, una Inteligencia Superior, o como elijamos llamarlo, este “ente” nunca habría de castigar mi escepticismo frente al mismo. Quiero decir que un Dios nunca debería pedirme que creyera en él ciegamente, sin dudas, sin reservas, sin exploración, sin criterio. Porque entonces, no sería un Dios.

Tendemos a dudar de las bondades del universo y el tiempo divino precisamente en los momentos más dificultosos de nuestras vidas, ¿y qué sentido tendría que este “ente superior” o “inteligencia creadora” fuera a castigarnos —o ignorarnos y desampararnos— por no haber creído entonces? Éste “ente superior” (sea Dios, sea el Universo, sea lo que sea) sería narcisista, caprichoso, y detractor de la condición humana —una de la que él mismo es el creador, causante o promotor. La mayoría de creencias de este tipo siempre aseguran que esta entidad es amorosa y generosa, pura y desprendida, elevada, etc. Pero si realmente es todas estas cosas, entonces debería permitirnos dudar de él (y no premiarnos por no hacerlo, que es una forma de deslegitimar nuestros criterios).

Pienso que la capacidad para dudar y cuestionar lo que se tiene por verdadero, el pensamiento crítico y el escepticismo son herramientas fundamentales y valiosísimas para la raza humana, con lo que un verdadero ser “superior” jamás querría que renunciásemos a estas capacidades por él. Quizá no nos las habría dado en primer lugar. Si quisiera que renunciásemos a nuestras dudas sobre el, éste ya no sería un ser superior, sino inferior (o sencillamente humano). Porque querer despojar al otro de su capacidad para cuestionarte no es más que una bajeza. Algo digno de un tipejo ególatra y poco elevado que, desde luego, no es Dios.

Mi problema con la Ley de la Atracción no es que promueva el pensamiento positivo, el desapego frente a las obsesiones y la intención consciente. Sino que muchas veces cae en tachar la duda y la inseguridad como negativas. Como un fallo del sistema y una interferencia en la señal divina. “La Ley solo funciona si crees en ella sin ningún lugar a duda”. ¿Y eso por qué?

La verdad es que yo sí puedo creer que existe algo más grande que nosotros, algo superior. Esa es mi intuición. Pero también creo que ese algo debe de ser capaz de sostenernos incluso cuando no creemos en él o cuando dudamos de su existencia y sus móviles. Esperemos algo o no lo esperemos. Dudemos o no dudemos. Porque ese ente superior, ese plan, esa inteligencia, ese universo, sabe algo que desconocemos. Vive algo que no vivimos. Existe o interviene en nuestras vidas de maneras que no podemos imaginar.

El escepticismo no nos aleja de Dios (ni de nuestra realidad deseada, ni del plan del destino, ni del devenir divino). Eso creo. Nos protege contra el pensamiento dócil, contra la manipulación, contra el egocentrismo, y es nuestra apuesta más humana para acercarnos a la verdad —estemos equivocados o no. Ese mismo Dios (o ese mismo universo creador e inteligente), fue el que nos dio (o el que nos dio la oportunidad de “atraer”) la capacidad de pensar, razonar, dudar, preguntar, cambiar y cuestionar. Debe poder aceptar mi escepticismo con respecto a lo que creo conocer sobre él. Debe comprender que me equivoque y que trate de entenderle todos los días.

Y sólo entonces será realmente “superior”.

OTRAS ENTRADAS

"Las historias no son verdades, pero son realidades. Las historias son útiles. La gente que no tiene historias no vive bien en el mundo. Y las historias son como el agua: cambian su forma, pero siempre encuentran la manera de fluir hacia adelante. Cuando las compartimos, también aprendemos a ser humanos unos con otros."

- Ursula K. Le Guin

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