Creo que mi obsesión con este tema empezó cuando Aitana sacó el videoclip para “Vas a quedarte” y le encontré un sospechoso parecido con el de “Back to December” de Taylor Swift. Era como si ambos hubieran nacido de un mismo storyboard pero luego hubieran sido dirigidos por personas con sensibilidades y presupuestos distintos.
La narrativa invernal de intensitas, las cocinas vacías, la melancolía por los pasillos, y los gestos de dos mujeres arrepentidas de haber dejado marchar a un buen muchacho.
Donde Aitana decía “vas a quedarte, te juro que esta vez voy a cuidarte”, Taylor Swift rezaba “si nos volviéramos a querer, te juro que esta vez te querría bien”. Un videoclip muy parecido para una balada sobre una misma idea (y para un mismo flequillo, que poco se habla)
Hasta ahí, nada excesivamente reseñable.
Pero unos meses después, cuando Aitana apareció en la alfombra de los Latin Grammys de 2018 vestida con un look que parecía sacado directamente del armario de Taylor, supe que no estaba loca (es broma, claramente estoy loca). Y ya no había vuelta atrás. Empecé a fijarme en los detalles, a ver conexiones por todas partes, y a entrar en una espiral de paralelismos que me tiene fascinada desde entonces.
Soy tan friki de la narrativa de Taylor Swift que soy capaz de reconocer sus huellas y ecos en cualquier territorio nuevo, por desvinculado que parezca.
Y hoy vengo a hacer de detective privada.
Más allá de los parecidos visuales y los momentos de déjà vu estético, lo que une a Aitana y a Taylor Swift parece más bien una especie de “vibración”. Algo que atraviesa sus carreras. Su manera de relacionarse con el estrellato, y su icónica imagen de “niñas buenas” que, por el simple hecho de crecer, de enamorarse, de bailar, o de escribir sobre sus sentimientos más oscuros, se convierten en figuras que incomodan.
Porque ambas —cada una en su contexto, claro— fueron presentadas al mundo como “princesas”, como chicas guapas, buenas y dulces, que cantaban sobre cosas sentimentales y que daban buen ejemplo a las niñas.
Ya he hablado en este blog de como Taylor apareció en la película de Hannah Montana y se convirtió en la American sweetheart por excelencia, y aquí en España, Aitana también fue esa chica adorable que salía en la tele (¡llegó a salir con los Lunnis, por favor!) y que fue un fenómeno infantil-adolescente (antes que un fenómeno musical) al igual que Swift. Y esto, que podría parecer entrañable, se convirtió rápidamente en una trampa para ambas.
“Te voy a decir algo ahora mismo: prefiero prenderle fuego a toda mi vida antes que volver a escuchar un segundo más de tanta queja. Y te voy a decir algo sobre mi buen nombre: sólo a mí me corresponde deshonrarlo. Dios salve a esos santurrones repulsivos que dicen querer lo mejor para mí, cuando en realidad no dejan de soltar soliloquios con tono moralista creyendo que pueden cambiar el ritmo de mi corazón cuando él me toca. No tenéis que rezar por mí. Si lo que me deseáis es gris, entonces lo considero ruido blanco.”·
Taylor Swift.
“Ella se ha cansado de sentir que pertenece a todos, cuando es sólo de ella. Ella no quiere ser la chica perfecta. Ella se ha cansado y no tiene la culpa si no le interesa lo que digan de ella. Ella no quiere ser la chica perfecta. Se cambia de ropa y se sale de la línea, la elegancia la ha perdido, no es ejemplo para niñas, pero ella sabe lo que quiere y le da igual.”
Aitana.
Lo interesante es que ambas han conseguido infligir tensión sobre ese molde de perfección construido para ellas, y han creado un contraste muy atractivo entre la dulzura y la fuerza. Ambas han reivindicado su derecho a hablar como adultas, a soltar algún que otro taco, a bailar como les da la gana (tanto Aitana como Taylor se han enfrentado a polémicas por ciertas coreografías supuestamente “eróticas” que otras artistas hacen sin que nadie haga otra cosa que celebrarlas), a cantar sobre sexo, a mencionar el alcohol, ha expresar rabia y enfado cuando todo el mundo las considera “niñas buenas”, “chicas bonitas” y les exige ser role models para la infancia.
Midnights y Cuarto Azul son, cada uno a su manera, habitaciones emocionales donde la tristeza es íntima pero también pública, donde se canta tumbada en una cama rodeada de nubes (literal o metafóricamente), y donde se narra la pena del desamor y la dificultad de ser mirada todo el tiempo como si tu cuerpo, tu cara, tu voz y tus lágrimas no te pertenecieran a ti, sino al mundo.
En este sentido, muchas canciones de Aitana y de Taylor Swift son primas lejanas, y recordatorios de que, aunque las veamos brillar como “mirrorballs” también están tristes o inseguras en muchas ocasiones.
“Puedo leerte la mente: piensas que ella está pasando el mejor momento de su vida. Ahí arriba, en su brillante prime, cuando las luces reflejan destellos de lentejuela sobre su silueta cada noche. Pero puedo enseñarte mentiras. Porque soy una niña muy dura, y puedo hacer lo que tengo que hacer. Luces, cámaras, y una gran sonrisa. Incluso cuando te quieres morir. Estoy tan deprimida que actúo como si fuera mi cumpleaños todos los días. Porque me siento miserable, y nadie ni siquiera lo sabe.”
Taylor Swift.
“Ella siempre tan guapa. O así es como la ven. Pero ella está teniendo unos días de mierda. Le da ansiedad hasta salir a la calle, y está llorando, y nadie se da ni cuenta. Por qué tiene que poner buena cara, si no ha pasado una buena semana. Por qué ella está obligada a vestir impecable, por dentro llora y se siente miserable, y todo el mundo le dice lo increíble que se ve”.
Aitana.
Pero no es ya una cuestión de letras (que también). Es la manera en la que sus vidas se convierten en una extensión de sus carreras. Ellas son protagonistas de una especie de serie que el público se niega a dejar de ver. Las relaciones y los romances diseccionados en Twitter, los rumores que convierten cualquier canción nueva en una posible indirecta o un easteregg… todo eso lo hemos vivido con Taylor, con John Mayer, con Jake Gyllenhaal, y lo hemos vuelto a ver con Aitana y Cepeda, Miguel Bernardeu o Sebastián Yatra.
Son dos mujeres cuya narrativa pública siempre está en juego.
Sus biografías son tracklists.
Sus fracasos amorosos son eras.
Sus objetos personales son símbolos pop.
Taylor Swift hablaba de aquella famosa bufanda en “All too well”, que dejó olvidada en casa de Maggie Gyllenhaal, y años después, Aitana canta: “¿te acuerdas de la taza que me regalaste? cuando te fuiste no te la llevaste, ya no la uso, suficiente me recuerda a ti el café”. La misma estrategia narrativa: convertir un objeto cotidiano en una reliquia sentimental. Una prenda olvidada o una taza como prueba de un amor que una vez existió entre cuatro paredes. Aitana pregunta: “¿te acuerdas?” y Taylor Swift responde: “demasiado bien”.
“Fuiste a una fiesta, me enteré por otras personas. Te abriste paso en la pista de baile como Moisés en el Mar Rojo. Pero, ¿sentiste ansiedad de regreso a casa? Supongo que nunca lo sabré ahora que ya no hablamos. Ya no puedo decir nada, ahora ya que no hablamos. Llamo a mi madre y me dice que esto es lo mejor. Me repito a mí misma que cuanto más daba yo, menos querías mi amor. Pago el precio de lo que se se terminó, y lo que dolió, ahora que ya no hablamos.”
Taylor Swift.
“Qué mierda todo lo que hemos vivido desde que ya no hablamos. Me duele no poder contarte todo lo que me va pasando. Mi padre ayer me preguntó por ti, el iphone me recuerda nuestras fotos, es imposible no acordarme de nosotros. Aunque ya terminó, no paro de pensar a quién le contarás lo que no nos contamos desde que ya no hablamos”.
Aitana.
Podría seguir hablando de otros parecidos estéticos o narrativos —de cómo la imagen de la colonia 1999 recuerda misteriosamente al logo de 1989, o de cómo el último listening party de Aitana parece beber directamente de lo que hace Swift con sus fans más devotos (por no decir más frikis, que queda feo)— pero siento que lo importante no son tanto los detalles específicos de forma individual, sino los paralelismos y las vibraciones compartidas en general.
Y por Dios: no estoy diciendo que Aitana copie a Taylor Swift. Sería absurdo decir eso. Pero soy lo suficientemente fan de Taylor Swift como para reconocer a otra fan. Creo que claramente la toma como una referente, como una inspiración. Su forma de hablar de desamor, de identidad y de exposición pública como si fueran géneros musicales en sí mismos, etc. Aitana ha sabido adaptar esa capacidad para el storytelling a su lenguaje, a su contexto, y a su forma de habitar en el mundo de las estrellas.
Quizá por eso este último (“Cuarto Azul”) me ha parecido su mejor álbum hasta la fecha con mucha diferencia —que por cierto, la canción homónima y más sensiblera ocupa el Track 5… no digo nada— y aunque no soy una fan acérrima de Aitana (de hecho algunos de sus trabajos anteriores no me dijeron nada), en este álbum siento que ha encontrado algo diferente.
“Dicen que hice algo malo, ¿y entonces por qué me sentí tan bien? Dicen que hice algo malo, ¿y entonces por qué me parece tan bien? No me lo he pasado mejor nunca, y volvería a hacerlo una y otra y otra vez si pudiera.”
Taylor Swift.
“Si esto está mal, que me lleven presa. Y si alguien se entera, pues buena suerte. Si esto está mal, que se jodan. Esto es mucho más que un accidente, y si alguien se entera, pues buena suerte.”
Aitana.
Y sin miedo a equivocarme, para bien o para mal, te aseguro que Aitana es una superestrella