El 28 de abril de 2025 a las 12:30 del mediodía, una interrupción generalizada del suministro eléctrico dejó a oscuras a todo el territorio español peninsular. En mi oficina hicimos el amago de querer continuar trabajando, pero lo cierto es que hay muy pocas cosas que una directora de marketing, un diseñador gráfico, una community manager y un programador web puedan hacer a la luz de una vela.
Así que dejamos de intentarlo, y se hizo el silencio. Un silencio incómodo que me hizo comprender de golpe que mi trabajo es completamente inútil cuando nos trasladamos a lo esencial. Mi trabajo es el último escalafón en todas las cadenas de lo importante o de lo propio. Es la necesidad menos imperiosa, y aquello a lo que probablemente renunciarías en primer lugar.
Yo no tengo un trabajo de verdad, ¿no es así?
Yo no tengo un trabajo como Dios manda. En realidad, tengo un trabajo de esos que solamente existen en las ciudades, y de esos que las abuelas (y en especial las del rural) sencillamente no comprenden de ninguna forma. Uno de modernos y de hipsters y de personas que dicen “flipa”. Porque en el momento en que se va la luz, o hay algún tipo de emergencia, ¿qué es lo que yo sé hacer? ¿qué es lo que yo puedo aportar a este mundo? Nada, abuela. Nada.
¿A quién narices le importa el engagement rate o la estrategia digital? ¿Y la creatividad publicitaria? ¿A quién le importa?
Como mucho podría redactar una crónica sorprendentemente rápida y ligeramente chistosa al respecto de lo ocurrido. Y de todos modos, nadie la leería hasta que volviera la luz a no ser que pudiera publicarla en la columna de un medio tradicional. Pero no está claro que fuese a tener sentido o a estar justificado, porque ni siquiera soy periodista y tampoco me dedico a la información. Así que bueno.
Al menos la entrada de blog estaría bien estructurada en párrafos, optimizada para SEO, y sería gramaticalmente correcta. Ya sabes que a mí me encanta una buena oración subordinada. ¿Qué puedo decirte?
En esa clase de momentos, las palabras “creación de contenido”, “imagen de marca”, “edición de vídeo”, o “comunicación visual” se vuelven tan estúpidas que me da vergüenza pronunciarlas. Quizá debería darme vergüenza pronunciarlas el resto del tiempo también. No lo sé.
Pero que conste que este pensamiento no me dejó con mal cuerpo. Todo lo contrario. De hecho, creo que todos de vez en cuando deberíamos comprender lo irrelevante de todo lo que hacemos. Porque si nos despistamos, podemos llegar a creer que somos ciertamente importantes, que lo que hacemos es crucial, y que por algún motivo somos irremplazables. Y eso es mucho más chistoso que cualquier crónica que yo pueda escribir.
En fin. ¡Hágase la luz!