Mamá, ayer se cumplieron diez años desde que te fuiste. Por eso es que corrí a comprarte un ramo de flores al mediodía y lo coloqué junto a tu fotografía en el salón. Hace tiempo que recurro al mismo acto simbólico para recordarte, porque sé que te encantaban las flores, y lo último que me dijiste antes de morir fue que no olvidase regar las de nuestro balcón.
Sé que la florista llegó a mencionar el nombre de las especies antes de entregármelas, pero me he olvidado de todas porque sigo siendo el mismo desastre de persona que era cuando tú me dejaste.

Después fui a una misa por la tarde y pedí por toda la familia, para que los que estáis allí arriba miréis por nosotros. Siendo sincera, en realidad no estoy segura de si existe el cielo o de si existe Dios, pero recordé que tú sí que lo estabas. Y si realmente existe, no tengo dudas de que estarás bien donde quiera que estés.
Te he echado de menos todos los días durante estos diez años, mamá. A menudo trato de imaginar qué me dirías, qué consejo me darías, y si estarías orgullosa de mí. Pero solamente me encuentro hablando conmigo misma porque eso es lo que suelo hacer la mayoría del tiempo. Ya me conoces.
Yo siempre me siento sola, incluso aunque esté bien acompañada. Es una cosa muy mía, y no entiendo muy bien por qué me pasa. Incluso aunque otras personas me vean, me escuchen o me quieran. Aunque me cuiden y me sostengan, siempre siento que hay una parte de mí que permanece solitaria de forma crónica e incurable. Una parte de mí que permanece eternamente arrinconada, desatendida y sin comprender. Creo que siempre ha sido así.
Mamá, he crecido mucho en estos diez años, y lamento que no hayas podido estar aquí para verlo. He cambiado tanto que ni siquiera yo misma me reconozco. Ahora tengo mucho menos miedo y ya no me asustan tantas cosas, aunque probablemente sigo paralizada frente a la mayoría. Ya sabes que siempre voy un paso por detrás de los demás. Que siempre voy más lenta que los demás.
Ya sabes que otros siempre tratan de apurarme, de agitarme como a un avispero por eso, pero he aprendido que poder decir ”estoy donde quiero estar” tan a menudo es un privilegio, aunque ese llegar sea un poco más atrás. Sé que tú jamás me harías sentir mal por conformarme con el hecho de que la vida no sirve para mucho más que para vivirla. Yo necesito muy pocas cosas.
Te veo entre mi rostro y en mis ojos cada vez que me miro al espejo. Todos dicen que cada día me parezco más a ti, y creo que yo también lo veo. Creo que son los ojos achinados y la risa. La forma de hablar y los gestos. Dicen que también heredé la timidez y la serenidad. Será eso.
Y a veces eso me consuela, porque aunque no estés, algo de ti sigue conmigo. También en las cosas que valoro, en la forma en que amo, en lo que cuido. En cómo arreglo las flores en un jarrón, aunque no sepa sus nombres. En cómo miro el mundo.
No sé si todo esto sirve para algo, mamá. No sé si me lees desde algún lugar. Pero escribirte es mi manera de tenerte un poco más cerca, y de permanecer en contacto contigo. De recordarte que sigo aquí, que sigo creciendo, que sigo intentando hacerlo bien. Que aún me dueles, pero también me sostienes.
Gracias por todo lo que me diste, y los años tan felices que compartí contigo. Ojalá pudiera abrazarte, aunque fuera un momento.
Mientras tanto, te dejo estas flores. Con todo el amor mi corazón.