Lo confieso: veo La Isla de las Tentaciones. Y no solo eso, sino que lo disfruto muchísimo. Pero tranquilo, porque también sé usar palabras como ‘andamiaje narrativo’ o ‘constructo social’.»
Pues sí. Llevo un par de noches viendo los últimos episodios de La Isla de las Tentaciones. 🤷♀️📺 Y dado que el adelanto del miércoles fue como una andanada de caos e histrionismo febril, no puedo esperar para ver el próximo. Estoy hipnotizada.
Como bien sabes, éste programa no se relaciona precisamente con la altura intelectual (por lo que sea). De un tiempo a esta parte he empezado a disfrutarlo con cierto regusto culpable, entre otras cosas porque la gente suele mirarme como si hubiera dicho que quiero prohibir la pizza cada vez que admito que me gusta.
Pero mi labor como comunicadora y mi dedicación al análisis de las redes sociales y la cultura popular me obligan a ver más allá de la superficie. A considerar el impacto que programas como La Isla de las Tentaciones tienen en la forma en que interactuamos con el mundo y, por supuesto, a soltarte una parrafada pretenciosa y pedante sobre el tema.
Está claro que La Isla de las Tentaciones no se va a llevar ningún premio al mejor programa de divulgación científica, y evidentemente, está despojado de cualquier pretensión de ocupar las preocupaciones superiores de la mente. Yo no estoy aquí para decirte que este programa tiene altura intelectual (porque te estaría mintiendo), sino que vengo a intentar explicarte por qué no es baladí. Por qué es importante, digno, y civilizado.
Luces y sombras.
Los seres humanos somos complejos y contradictorios. Y aunque nos gusta pensar que somos buenos, empáticos, inteligentes, correctos, responsables, diligentes y morales…. lo cierto es que también somos malpensados, egoístas, ridículos, holgazanes y caprichosos. 🤯 Unas cosas no tienen por qué quitar las otras. El problema es que muchas veces no aceptamos la parte oscura de nosotros mismos, no queremos verla, la ignoramos, la disimulamos, o tratamos de destruirla —lo cual resulta en auto-odio u odio a los demás.
El psicólogo Carl Jung, en su teoría de las «sombras», hablaba de las partes ocultas y negadas de nuestra personalidad que, al no ser reconocidas y enfrentadas, pueden influir en nuestra vida de forma destructiva. Para Jung, la sombra no es algo que debamos eliminar, sino integrar.
En este sentido, creo que consumir cierto tipo de contenidos o acceder a cierto tipo de placeres puede ser, en esencia, una vía para explorar e integrar esta parte más rastrera de nosotros mismos de forma segura, sin consecuencias reales, y sin darnos apenas cuenta de que le estamos dando espacio.
Nos pasamos el día procurando ser formales y evitando el drama de lo pueril o el fantoche exacerbado («no hay que montar un pollo en la calle, no hay que cometer una cruel venganza, no hay que levantar la voz, no hay que insultar, no hay que hacer el ridículo, no hay que estar fuera de lugar, no hay que llamar la atención»), pero al llegar casa a las 22:00, no está mal poder verlo en la televisión. Todo esto, por supuesto, destilado y amplificado en un cóctel audiovisual preparado para engancharte.
Como dijo Taylor Swift, en su canción seven:
«Please, picture me in the weeds before I learned civility. I used to scream ferociously anytime I wanted».
Los programas como La Isla de las Tentaciones no son intelectuales, pero mantienen viva la llama del corazón social. Mantienen vivo el erotismo y el aspecto más visceral de la conversación pública. O sea que el documental sobre osos panda de la Tve2 es culto e inteligente, pero es aburrido y no tiene chispa, mientras que La Isla de las Tentaciones es mucho más sexy, divertido, y es mejor en la cama. 💃🔥
Pero no hay por qué elegir.
La dicotomía entre ver un documental o ver un reality show es un falso dilema. No es verdad que la sociedad esté dividida entre los que leen a Kant y los que ven La Isla de las Tentaciones. Una persona puede hacer todo esto, o no hacer nada de esto —o cualquier lugar entremedias— , y precisamente esta capacidad de abrazar diversas facetas de la vida, de tener luces y sombras, de navegar entre la intelectualidad y la corporalidad, es una muestra de la riqueza y el poder del ser humano.
Hacer juicios excesivamente tajantes sobre la frivolidad de estos programas es lo que, en realidad, considero superficial. La rigidez con la que se asume que algo tan trivial como un programa de televisión puede definir la inteligencia de la persona que lo consume es, en sí mismo, el verdadero ejemplo de simplismo.
La diversidad de intereses y gustos no solo puede ser un indicio de una mente abierta, sino también una fuente de riqueza y profundidad. Y disfrutar de este tipo de contenido, o sencillamente aceptar que a otras personas les pueda gustar (sin críticas, sin castigo, sin superioridad, sin malestar, sin resquemor), es una demostración de apertura, de complejidad para una vida multifacética, variada, completa y segura.
¿Y qué tiene que ver esto con la comunicación?
Las piezas culturales del pop, como La Isla de las Tentaciones (pero también como Operación Triunfo, Eurovisión, el último álbum de Bad Bunny o los videojuegos) no son solo un escape individual, sino también temas de conversación en cafés, reuniones y redes. Por no hablar de que son una mina de oro para los memes. Generan debates, opiniones, interacción y reproducción / repetición / réplica. También se convierten en códigos y contextos (la generación Z, por ejemplo, comparte memes que pueden resultar muy desconcertantes para una persona mayor)
La atención es el bien más preciado, y las marcas luchan por destacar entre el ruido a través de su comunicación (no necesariamente en redes sociales, sino a través de cualquier canal). Y en este sentido, la televisión y la cultura pop, así como sus personajes, no son sólo entretenimiento o referencias curiosas, sino también un espejo de las obsesiones, miedos y deseos de la audiencia —y una manera de unirse a los rituales y a los códigos no escritos de cada espacio social, virtual o no. 📢👀
Así que no tiene ningún sentido restarle valor o importancia a la «baja cultura» y a sus protagonistas. Hay que pedirles a las empresas que dejen de censurar el espíritu pop de sus CM y sus memes. Este tipo de comunicación no les resta profesionalidad, pero evitarla sí les puede restar frescura. Y puede convertir sus canales en páramos yermos y hostiles. (¿Has visto qué léxico tengo a pesar de ser ese tipo de persona que disfruta de la telerrealidad? ¡También leo libros!)
La Isla de la Superioridad Intelectual.
De niños, nos plantábamos frente a la tele a ver dibujos animados con la devoción de un culto. De adolescentes, devorábamos series como One Tree Hill y videoclips de pop-rock convencidos de que contenían grandes verdades de la vida.
Tampoco es que jugar a los tazos, intercambiar pegatinas o pegarle patadas a un balón fuera una actividad especialmente elevada. Ni quedar con amigos para comer pipas, ni ver la última de Spiderman, ni salir de fiesta y pedir una ronda de chupitos de tequila.
Porque de hecho, no hace falta que todo sea «profundo» (reducir la vida a lo meramente intelectual, y a lo meramente mental, reflexivo, racional, sería caer en la superficialidad que se está intentando evitar)
Por alguna razón, en la adultez nos entra esta obsesión por justificar la formalidad y la altura de todas las cosas. Como si tu serie favorita tuviera que ser aceptada por los críticos de Rotten Tomatoes para que pudieras seguir considerándote una mujer interesante e inteligente, o como si sólo se pudiera disfrutar de aquellas canciones que tuvieran la suficiente «calidad académica» o más de X acordes. Como si el salseo no fuera, desde siempre, la base de la mejor narrativa (una que está profundamente viva, que es emocional y social).
Incluso en series que se consideran de culto, como Succession o House of Cards, el «salseo sofisiticado» y el drama son el centro de todo. Chismorrear y cotillear ayuda a mantener el orden social, porque crea acuerdos y desacuerdos tácitos, provoca reacciones emocionales, y ayuda a reducir el estrés.
Voy a seguir viendo La Isla de las Tentaciones, no porque crea que va a enriquecer mi intelecto, sino porque me entretiene, porque me permite ver el teatro esperpéntico de las emociones humanas desde la comodidad de mi sofá, y porque también es una excusa perfecta para charlar con otras personas, tener mejores ideas en el trabajo, abrazar mis luces y mis sombras, y analizar cómo los engranajes del entretenimiento y la cultura nos conectan a todos.
Eso es importante, digno, y civilizado. 🐼📚