Salir de casa con fines narrativos y enamorarse de los extraños.

Dic 3, 2025

Dedico la mayor parte de mi tiempo a observar. Y aunque ésta pueda parecer una dedicación inocente y ligera, a menudo es la protagonista de la mayoría de mis problemas.

Primero, porque las personas observadoras tendemos a creer que también estamos siendo observadas: yo imagino que los demás estudian mis matices con la misma inquina con la que yo me obsesiono con los suyos. Con el tiempo he descubierto que a mí nadie me está observando, y esta constatación (aunque madura) ha tenido cierto regusto melancólico: la misma sensibilidad que me permite enamorarme fácilmente de las personas -y de sus detalles escabrosos, que suelen ser encantadoramente humanos- es la que me vuelve consciente de mi propia invisibilidad.

Segundo, porque podría parecer que una sale de casa con fines narrativos. Para participar de alguna escena romántica, para enamorarse de algún extraño sobre el que ha depositado su foco, o para encontrar algún recurso literario bajo algún voladizo. Y eso es pretencioso, ¿no? A veces me lo parece cuando escucho el ruido de la lluvia cayendo sobre algún toldo y hago un comentario sobre lo poético que es eso. Nadie suele darme la razón, y como he dicho, una observa porque en el fondo desearía ser observada.

Y tercero, porque para observar es necesario tomar distancia. Alejarse, de alguna manera. Y precisamente por querer sumergirme en la propia vida como si fuera una historia en curso, doy un paso atrás con respecto a la idea de experimentarla de forma pura y cruda. Leo e interpreto la vida de formas cada día más sofisticadas, pero apenas la vivo con la espontaneidad y la torpeza que requiere – a no ser que haya bebido más copas de las que habrían sido moralmente aceptables.

Esto que yo hago carece de utilidad práctica. No conduce a ninguna parte. No afina la percepción, pues frecuentemente me equivoco con respecto a las personas (y tampoco sé leer sus intenciones o sus inseguridades). No amplía el conocimiento de lo ajeno, ni el espacio de lo cotidiano, y tampoco devuelve la fe en la Humanidad u otras ideas abstractas sobre lo bueno.

Después de practicarlo durante años, empiezo a sospechar que este impulso de profunda observación que yo tengo no es más que un padecimiento. La necesidad de registrar lo que pasa frente a mí, analizarlo y despiezarlo, comprobar que existe de todas las formas posibles, apenas participar de ello para poder contemplarlo en detalle, y estar permanente convencida de que algún día lograré comprenderlo todo. Creo que solamente es una condena, y probablemente un lugar que debiera abandonar más a menudo.